Ahora ya sí con la cabeza bien fría y el corazón en su estado natural, me atrevo escribir unas palabras con motivo del último comunicado de ETA en el que nos anuncia el cese definitivo de la violencia.
Primero mostrar mi más absoluta solidaridad a todas las víctimas de este largo otoño de terror, donde los charcos de lágrimas eran cubiertos por la hojarasca de 857 cipreses por un lado, y otros muchos por otro que no podemos permitirnos olvidar los demócratas, los cipreses que plantó el G.A.L.
Después mi gratitud a toda la sociedad, no solo a la española, que ha sabido que para la consecución de un fin no se puede usar método violento alguno, que solo la ley y la palabra o viceversa, son vehículos lo suficientemente amplios como para albergar razones y sin razones de cualquier aspiración personal o colectiva.
Llegados a este punto si quiero, porque me sale del alma, reconocer públicamente el esfuerzo que ha realizado la clase política de este país para que a día de hoy podamos ver con esperanza el fin del sonido del detonar de artefactos y armas para oír el dulce son del debate, el dialogo o la intensa palabra. Bien es cierto que son varias las estrategias que se han seguido para lograr este fin, desde llamar a la banda terrorista “Movimiento de Liberación Vasco“ (Como si hubiera que liberarlos de algo) y el acercamiento de presos a Euskadi del Sr. Aznar, hasta la no concesión de exigencias políticas de los gobiernos de José Luís Rodríguez Zapatero, algo que por fin ya ha sido reconocido hasta por Mariano Rajoy. Ni unos ni otros lo han hecho ni mejor ni peor, cada uno ha empleado la línea que ha creído más conveniente, pero durante este periplo hemos tenido que ver y oír como se ha utilizado el terrorismo como arma política desde cualquiera que fuera la dirección del PP nacional, como se ha utilizado a las víctimas y como se ha dado un papel protagónico a los asesinos, olvidándose que los verdaderos primeros actores y actrices durante todos estos años han sido los y las asesinados y asesinadas, la ciudadanía, la sociedad, la libertad y la democracia.
Quiero pues desde estas pocas líneas poner en valor, tanto a las víctimas que han sabido soportar lo insoportable, a los legisladores que han sabido anteponer la democracia y la libertad a sus intereses partidistas, a la policía que ha sabido salvaguardar la ley, a los jueces que han sabido aplicar justicia como a los distintos gobiernos que acompañados del principio universal de la democracia han sabido llevarnos al principio universal de la igualdad.
Y como no, no sería justo, ya que ha sido una ayuda importante, la labor y el compromiso de nuestra vecina Francia para que hoy podamos hablar de futuro sin temor a que nuestras diferencias queden cercenadas por una bala en la nuca.
Una última reflexión. Por Dios, sea el que sea, se mata no se muere, no nos engañemos, con las patrias pasa lo mismo.